Lamia
Las lamias son, en la mitología vasca, entes de género femenino que vivían en cuevas o ríos. Los hombres se enamoraban de ellas y las lamias también de ellos. Según algunas leyendas, las lamias ayudaban a los agricultores en sus quehaceres, después de comer por las noches la comida que les dejaban. Pero no todo lo que hacían las lamias era positivo, secuestraban a los hombres y en otras ocasiones, si no estaban dispuestos a ayudarlas, les hacían el mal.
Lami, lamin, lamiña, lamiñaku, amilamia y eilamia son los distintos nombres con los que se designa a las lamias en diferentes sitios de Euskal Herria. La huella de las lamias se aprecia todavía en algunos nombres toponímicos, como por ejemplo, Lamiategi (Oñati), Lamiako (Leioa), Laminazilo (Isturitz) y Lamiaran (Mundaka).
La mayoría de las leyendas describen a las lamias como entes femeninos. Vivían en cuevas, estanques o ríos. La idea que se tiene de las lamías varía según la fábula: en algunos casos se cree que son más poderosos que los humanos y que son también divinidades en cuyo honor el humano hace distintos sacrificios. O incluso como seres cuya potencia puede ser dominada mediante objetos o amuletos.
Las ocupaciones de las lamias también eran diversas, como por ejemplo, hilar, construir dólmenes, puentes, casas, castillos o iglesias y lavar las ropas por las noches. Comían el pan de trigo o de maíz con tocino y sidra que les pedían a los humanos. Y también el pan, la cuajada y la leche que les daban sus amantes.
Pidiendo favores
Las lamias pedían diversos servicios a los humanos. Según cuenta una leyenda muy popular, las lamias pidieron un favor a una comadrona de su vecindad. La mujer se trasladó donde vivían las lamías y cumplió con su trabajo. La invitaron a comer y, viendo que el pan era blanco, cogió un trozo y lo guardó en el bolso. Cuando se disponía a marcharse a casa no pudo levantarse del asiento y las lamias le dijeron que era porque había cogido algo que no le pertenecía. La mujer confesó que había cogido un trozo de pan y la obligaron a dejarlo en la mesa, así pudo levantarse de la silla. Al salir le advirtieron: "no mires hacia atrás en el camino". Al llegar a casa, con un pie dentro y otro en la calle, miró hacia atrás: al instante perdió la mitad de sus regalos de oro.
En otras versiones de esa leyenda, los regalos son cardas de oro que se convierten en ceniza o carbón, plata que se convierte en manteca... En Soginen-Leze de Zugarramurdi, Santimamiñe de Kortezubi o en la cueva de Ogoño de Elantxobe, por ejemplo, se conoce esta leyenda.
Cuando las lamias estaban a punto de morirse, pedían la presencia de un humano, ya que si no les veía una persona y rezaba por ellas no podía morir.
Ayudaban a los hombres
Según otras leyendas, las lamias también prestaban ayuda a los hombres. Un vecino de un barrio de Dima, tuvo que refugiarse de un chaparrón en la cueva de Balzola. Allí lo acogió una lamia. Cuando dejó de llover y se disponía a abandonar la cueva, una lamia le entregó un trozo de carbón que al salir de la cueva se convirtió en oro.
Pero las lamias no siempre han sido tan generosas, también han prestado favores a cambio de las almas de los humanos. Así construyeron algunos puentes como el de Ebrain (Bidarrai), Azelain (Andoain), Urkulu (Leintz-Gatzaga) y el de Kastrexana, por ejemplo. Incluso construyeron casas, castillos e iglesias.
También se enamoraban de los hombres, y en algunos casos, presentándose como mujeres de aspecto atrayente, las lamias enamoraron a más de un campesino. Una lamia de Zeanuri se enamoró de un chico de Goristiaga. El chico murió y la lamia sacó una sábana de una cáscara de nuez y cubrió con ella el cuerpo de su amado. Cuando cantó el gallo la lamia tuvo que irse, dejando allí la sábana.
Secuestros
La creencia de que las lamias secuestraban a los hombres también está muy extendida. Un día secuestraron a un joven de Ezpeleta y lo llevaron a su cueva. Un sacerdote acudió a liberar al joven, con una cruz y una hostia benditas, pero no consiguió liberarlo. Cuando se disponía a salir escuchó lo siguiente: "gracias a eso que llevas en la mano y más gracias a eso que llevas en el pecho; de lo contrario, hubieras tenido que quedar aquí".
Un hombre del caserío Atzemin de Dima estaba haciendo carbón una noche cuando debió de proferir una maldición, al instante alguien le obligó a dar tres vueltas alrededor de una pira de carbón y después desapareció. Durante ocho días estuvieron buscándole y al final le encontraron en la cueva de Bernaola. El hombre dijo que durante esos días le cuidaron las lamias.
Una joven del caserío Askondo de Mañaria iba todos los días al caserío de Izuntza a hilar. Un día, al pasar por delante de la cueva de San Lorenzo, salieron a su camino las lamias y le dijeron que no pasase más por allí. Pero la chica no les hizo caso y volvió a pasar otras dos veces. La última vez la secuestraron y no se supo nada más de ella. Las cuentas de su rosario aparecieron dispersas por el campo.
Pero los secuestros se podían evitar. En un barrio de Zeanuri, a principios del siglo XX, había una tradición: al pasar por el barranco de Memiño los niños se tapaban las narices y decían "guk barikuan makallua jan gendun" ("nosotros, en viernes, comimos bacalao"). Así las lamias les dejaban en paz.
Los amuletos también pueden proteger de los ataques de las lamias, sobre todo las que contienen ruda y apio. Las leyendas de Ataun, Ondarroa, Mutriku o Deba, por ejemplo, dan cuenta de la eficacia de los amuletos. Cuando un hombre se acercó a dos lamias, una de ellas le dijo a la otra que atrapase al hombre, la otra le contestó que lo hiciese ella, que el hombre llevaba apio y ruda puestos por su madre.
Al gallo de marzo también se le pedía ayuda para protegerse de las lamias, según las leyendas de Abaurrea Baja y en Lekeitio, por ejemplo. En esa última localidad se cuentan las "Liñuen minak" (penas del lino): desde las doce de la noche hasta las dos de la madrugada no se podía pasar por delante de la cueva que hay en Okabixo, entre Lekeitio y Markina. Por una apuesta, un joven pasó por delante de la cueva y una lamia le agarró y lo llevo dentro, para comerlo. El hombre pidió que antes de ser sacrificado, le dejasen contar las "penas del lino":
"Lehenego sorotik atera,
gero leortu,
gero trangatu,
gero sapindu makilakin edo buztarriakin,
gero zurezko trunkesekin trangatu,
gero txarrantxatu,
gero ardatzean jarri,
gero iruin,
gero astalkatu,
gero egosi,
gero errekan garbitu,
gero leortu,
gero arildu,
gero eio,
gero josi edo soineko bihurtu,
gero erabili,
gero hautsi,
gero..."
El hombre lo recitó muy despacio y la lamia, como tenía hambre, le dijo que fuese más rápido. Entonces cantó el gallo del caserío de al lado y la lamia tuvo que huir: "Ai Okabixoko oilar gorri martxoan jaioa! Nik afaltzeko eskutan neukan legatz aundia kendu didazu. Azari batek aterako al dizu ezkerreko begia!". (¡Ay gallo rojo de marzo (nacido en marzo) de Okabixo! Me has arrebatado la gran merluza que yo tenía en mis manos para cenar. Que un raposo te arranque el ojo izquierdo).
Pero también sucedía al revés, los hombres secuestraron alguna que otra vez a una lamia. En Mendaro llevaron a una lamia a casa. La lamia no hablaba; un día pusieron una olla llena de leche al fuego, cuando la leche hirvió la lamia dijo: "txuria gora!" (¡Lo blanco hacía arriba!) y escapó por la chimenea.
La lamia pedigüeña
A las lamias, como se mencionaba antes, les gustaba comer grasas e iban frecuentemente a pedir tocino a los caseríos.
Una familia de Abadiño trabajaba en Urkiola. Cuando llegó la hora de comer la madre de familia repartió un trozo de tocino entre todos, entonces llegó una lamia y le quitó el trozo de las manos a la madre diciendo: "ni koipetsu eta i kakatsu" (yo pringosa y tú fangosa).
En Isturitz, en la torre Gaztelu se cree que vivían unas lamias. Desde el castillo al caserío de Otsozelai había un paso subterráneo. Todas las noches una lamia iba a la cocina del caserío y una de esas noches le preguntó a la ama de casa cómo se llamaba, esta le contestó: "ni-ni-neuk" (yo-yo-misma). Todas las noches, cuando la mujer estaba preparando la comida, la lamia le pedía que le diese de comer. Un día, la ama de casa, enfadada, le arrojo la sartén llena de aceite. La lamia huyó gritando, y las otras lamias le preguntaron a ver quién le había hecho eso a lo que ella respondió: "ni-ni-neuk" (yo-yo-misma). "Entonces súfrelo tu misma", le contestaron la otras lamias.
Regalos para las lamias
A las lamias les dejaban alimentos como ofrendas, lo que ellas agradecían haciendo algunos trabajos o favores. El la cueva de Abauntz, en Ultzama, antaño vivían las lamias. Un pastor les dejaba todas las mañanas un kaiku lleno de leche y que las lamias se lo devolvían lleno de oro. Se dice que el caserío de Sunbillenea se reconstruyó gracias a ese oro. Pero un día, el pastor les llenó el recipiente de excrementos, las lamias le persiguieron pero consiguió entrar en casa antes de que le alcanzaran. Las lamias le lanzaron una maldición: "No faltará en esa casa algún inválido o desgraciado". Desde entonces nunca ha faltado en Sunbillenea un inválido o un anormal.
En Uhart-Mixe las lamias eran seres de baja estatura. Los agricultores les dejaban la comida al borde de los terrenos y las lamias, como agradeciemiento, trabajaban las tierras de los agricultores. La familia Basterretxea era una de las que hacía eso, pero un día se les olvido dejar la comida y las lamias, enfadadas, no aparecieron más por allí.
La leyenda de la lamia y el cantero también es muy popular. El cantero, cansado de picar piedra, quería ser rico. Y una lamia le hizo rico. Se cansó de ser rico y quiso ser emperador. Una lamia lo convirtió en emperador. Un caluroso verano el sol le molestaba y quiso ser sol. Una lamia lo convirtió en sol. Cambió el tiempo y una nube se puso delante del sol, y entonces pensó que era mejor ser una nube. La lamia lo convirtió en nube. Empezaron a caer trombas de lluvia y viendo que la roca quedaba inmóvil, quiso ser roca. Una lamia lo convirtió en roca. Un día, un cantero empezó a picar piedra, y el que fuera cantero quiso ser como aquel hombre. La lamia lo convirtió en cantero, y le dijo, burlándose de él: "quien tiene una cosa quiere otra: te hallas tan avanzado como al principio de tu carrera; quedémonos en adelante como ahora: yo lamia y tú cantero".
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